El que fuera profesor de la Universidad de Salamanca y ahora lo es de la Complutense, Mariano Fernández Enguita, declaro lo siguiente en una entrevista:
La pasión por la igualdad | Acción Familia
El Alcalde de Zalamea: Los argumentos para defender el aborto son intereses
Me ha parecido un excelente resumen de la situación actual:
El Alcalde de Zalamea: Los argumentos para defender el aborto son intereses.
CONTRADICCIONES
Imagen de un feto de 12 semanas
Frenesí intelectual o delirio político. | Pepe de Brantuas
El Foro de la Familia solicita a los defensores del aborto un poco de rigor intelectual y de honestidad a la hora de defender sus posturas | Foro de la familia
El adulto infantilizado
En la parte superior de un envase de cartón de leche pueden observarse una serie de dibujos dirigidos a facilitar la apertura del mismo al consumidor. A pesar de tratarse de un tapón de rosca, que aparentemente no encierra mayor misterio, se indica, con tres dibujitos de colores, lo siguiente “si te cuesta abrir el tapón (dibujito del tapón de rosca con flechita roja que apunta a la derecha) gíralo en el otro sentido (dibujito del tapón de rosca con dos flechitas naranjas que apuntan ahora a la izquierda) y se aflojará para que lo puedas abrir sin problema”.
Esta anécdota, que puede parecer intrascendente, resulta en mi opinión desoladora. Sobre todo si hacemos un poco de memoria sobre los productos que encontramos a diario en el supermercado, su envasado y etiquetado. Fijémonos, por ejemplo, en las lonchas de queso de fundir envasadas individualmente y con un ingenioso sistema para que el usuario pueda obtenerlas enteras sin perder su forma cuadrada y sin romperse, el papelito rectangular que separa cada loncha de jamón que se compran, por supuesto, ya cortadas, los envases para tomar fruta ya pelada, cortada y triturada en raciones individuales, las madalenas o los sobaos dentro de su bolsita de plástico individual, dentro de otra bolsa más grande…
Independientemente de los desastrosos efectos que para el medio ambiente tiene la proliferación incontrolada de envases que se tiran a la basura cada día en millones de hogares occidentales, todo ello indica, si lo pensamos un poco, la manera condescendiente, paternalista, desconfiada y casi insultante que tiene las empresas de tratar a su potencial cliente. Pero, no debe olvidarse, lo hacen simplemente porque el mercado lo demanda, porque los ciudadanos convertidos en consumidores, lo exigimos.
En esta misma línea, me llama mucho la atención ese moderno fenómeno español de las llamadas, aproximadamente, “asociaciones de afectados por la hipoteca”, integradas al parecer por personas que, por avatares de la vida, no pueden hacer frente a las mensualidades de su préstamo hipotecario, una deuda que se adquirió en su momento para adquirir una vivienda. El ciudadano que no puede hacer frente a sus deudas exige al Estado (es decir, a los contribuyentes) que le solucione su problema.
En muchos asuntos de la vida, el ciudadano occidental, y particularmente me refiero ahora al español, tiene asumido que debe quejarse amargamente, y si le es posible, de manera pública, de cualquier contratiempo o dificultad que padezca, y que debe haber un “alguien” que se haga cargo y le solucione su problema. Basta una ligera y poco atenta mirada a nuestro entorno para encontrar decenas de ejemplos. Es decir, nos comportamos como niños pequeños que ante cualquier dificultad, miedo, daño, incertidumbre, etc. acudimos a nuestro papá o a nuestra mamá para que se haga cargo del problema y nos ofrezca la solución.
Este comportamiento infantil del adulto contemporáneo me parece muy preocupante, aunque sólo sea por el hecho evidente que una sociedad compuesta por adultos infantilizados es manipulable y pastueña.
Estas reflexiones me las ha sugerido la entrevista a Gerald Craabtree que publicaba hace unas semanas el diario El Mundo. El entrevistado, genetista y profesor de la de la facultad de medicina de la Universidad de Stanford, tiene una tesis polémica, pero sencilla y muy bien argumentada: “Si pudiéramos traer a nuestro tiempo a un griego de hace 3.000 años, nos parecería muy inteligente y muy equilibrado. Tendría probablemente mejor memoria que nosotros y más control sobre sus emociones, y sería capaz de abordar asunto muy complejos. Y parece una paradoja porque vivimos en una era que sigue creyendo en el progreso”. Explica a continuación que la selección natural es cada vez menos intensa, y que las sociedades urbanas hacen más probable que aparezcan mutaciones que empeoren, en lugar de mejorar, nuestra inteligencia.
Pues bien, este “hombre infantilizado” que puebla hoy nuestras ciudades, que cada vez es menos capaz de resolver por sí mismo las dificultades que la vida va poniendo en su camino, y que ha renunciado al uso de su cualidad más humana, la razón, está en la raíz de lo que algunos denominan “crisis de la familia”, y que como vemos –y eso lo explica muy bien Benigno Blanco[1]– es en realidad una crisis del individuo, del hombre que ya “no sabe en qué consiste ser hombre”.
En el mismo sentido se pronuncia Zygmunt Bauman en su obra Modernidad Líquida: “La modernidad líquida es un tiempo sin certezas. Sus sujetos, que lucharon durante la Ilustración por poder obtener libertades civiles y deshacerse de la tradición, se encuentran ahora con la obligación de ser libres. (…) Por su parte, la familia nuclear se ha transformado en una “relación pura” donde cada “socio” puede abandonar al otro a la primera dificultad. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro (…)”.
En este mismo sentido, todos recordarán el concepto de hombre light de Enrique Rojas, definido con cuatro características: hedonismo, entronización del placer; consumismo, acumulación de bienes: se es por lo que se tiene y no por lo que se es; permisividad, todo vale; y por último, relativismo, donde nada es bueno ni malo y en última instancia todo depende del pensamiento de cada uno.
Está en nuestras manos enderezar este proceso, al fin y al cabo destructivo, que está afectando al hombre occidental. Lo primero es darse cuenta del problema que nos afecta a todos, y eso es precisamente lo que pretende este post. Agradeceré al amable lector cualquier comentario al respecto.
[1] Que habla, en su libro Familia: los debates que no tuvimos, de “la crisis de la noción de persona: hemos renunciado al concepto de naturaleza humana y esto, lógicamente, tiene consecuencias en cuestiones antropológicas básicas como el matrimonio y la familia”.