Familia y educación

El presente post me lo han escrito dos amigos, sabios y ejemplares, que rebaten la opinión de un profesor universitario que pretende prescindir de primordial papel educativo que corresponde a la familia, y del derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus propias convicciones. Este debate parece tan instructivo e importante por la materia de la que trata que paso a exponerlo a continuación:

El que fuera profesor de la Universidad de Salamanca y ahora lo es de la Complutense, Mariano Fernández Enguita, declaro lo siguiente en una entrevista:

 
Usted ha dicho: “la escuela debería ser un instrumento de la sociedad, no de los grupos”. ¿Y los padres? ¿No son ellos los principales responsables?
 
No, los padres pueden decir misa, y te lo digo literalmente, pero que la digan en su casa o en cualquier otro espacio no institucional. Yo tengo derecho sobre los hijos de los demás, como los demás tuvieron derechos sobre mi hijo. ¿Qué derecho? Sencillamente, que esa persona aprenda a vivir en común. Además, los hijos tienen derecho a oír algo más que las opiniones, incluso sectarias, de sus padres o de los elegidos por sus padres. La escuela no debe ser una caja de resonancia de la familia.
 
Un gran sabio, mi amigo D. Vicente Morro, le responde de este modo tan argumentado e incontestable:

Para empezar, deberían Vds. saber que la ‘Ley Wert’ no está vigente: ni siquiera existe. Existe un proyecto de ley orgánica, que pretende mejorar la calidad de la educación y que inicia ahora su tramitación parlamentaria.
 
En verdad, esperaba mucho más de esta entrevista, pero sólo he encontrado una colección de tópicos, lugares comunes y prejuicios, muchos prejuicios, pues no creo que sus inexactas opiniones sobre la enseñanza concertada se deban sólo a desconocimiento.
 
Pero lo más grave es, estimado D. Mariano, que se ha permitido Vd. suprimir decenios de trabajo a favor de los derechos humanos, cristalizados en diversas normas internacionales, porque no le gustan a Vd. ni la libertad de elección de las familias –y espero que no sea la libertad, sin más- ni la religión.
Como seguramente las conocerá todas, aunque no las respete en absoluto, sólo le señalaré unas cuantas:
 
Declaración Universal de Derechos Humanos. (10-X-1948)
 
Art. 18: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
 
Art. 26.3: Los padres tienen derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
 
Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales (Consejo de Europa):
 
Art. 9: Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. 1. Toda persona tiene derecho a la libertad del pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, por medio del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos.
 
Protocolo adicional I, art. 2. Derecho a la instrucción.
 
A nadie se le puede negar el derecho a la instrucción. El Estado, en el ejercicio de las funciones que asuma en el campo de la educación y de la enseñanza, respetará el derecho de los padres a asegurar esta educación y esta enseñanza conforme a sus convicciones religiosas y filosóficas.
 
Constitución Española. (6-XII-1978)
 
(Me permito aquí indicar, además, lo que dispone el artículo 10.2 de nuestra Carta Magna, que sirve de pórtico para toda su parte dogmática: “Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España”).
 
Art. 27.3: Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
 
Incluso podríamos remitirnos al felizmente fallido proyecto de Constitución para Europa:
 
II-70.1: Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión: … libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, a través del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos.
 
II-74.3: Derecho a la Educación: … derecho de los padres a garantizar la educación y la enseñanza de sus hijos conforme a sus convicciones religiosas, filosóficas y pedagógicas.
 
Y no citaremos, aunque podríamos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. (16-XII-1966) y el Pacto Internacional de Derechos CIVILES y Políticos. (16-XII-1966).
 
Finalmente, no me resisto a citar una recentísima Sentencia de nuestro Tribunal Supremo, de fecha 12 de noviembre de 2012, que afirma que “como derivación directa de las previsiones del artículo 27 CE, puede proclamarse el derecho a la educación como un derecho a educarse en libertad. Ello, además, tiene regulación directa en el Primero de los Protocolos Adicionales del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos (que he citado más arriba), del que deriva un derecho a educarse en libertad. Y proyección directa de ese derecho a educarse en libertad es el derecho de los padres a asegurar que la educación y enseñanza de sus hijos menores se haga conforme a sus convicciones, morales y filosóficas. Y de ahí deriva el derecho de los padres a elegir lo que consideren mejor para sus hijos. Y ese derecho de los padres, se traduce, necesariamente, en la necesidad de que deben prestar su consentimiento respecto de las distintas opciones educativas que puedan plantearse por la administración.” Nuestro Alto Tribunal está al parecer, Don Mariano, en sus antípodas.
 
Como hemos visto, Vd. no quiere ciudadanía, quiere su “ciudadanía”, su ideología. Quiere una sociedad en la que haya unos ciudadanos de primera, los buenos, los que están en lo cierto, los que creen en “lo común”, los que profesan un credo laicista, y otros de segunda, los católicos, los que queremos que nuestros hijos puedan recibir en la escuela instrucción religiosa, que es algo distinto, aunque Vd. no lo sepa, de la catequesis.
 
Algo más tarde, otro amigo sabio, José de Mirandés, puntualiza:
 
En las normas internacionales citas, muy oportunamente, el “derecho de los padres a garantizar la educación y la enseñanza de sus hijos conforme a sus convicciones religiosas, filosóficas y pedagógicas”. Y, lo citas como del “felizmente fallido proyecto de Constitución para Europa”, en II-74.3. Perfecto.
 
Yo este derecho lo acostumbro a citar como del Art 14.3 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, proclamada el 12 de diciembre de 2007, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, que forma parte del Tratado de Lisboa y que es legalmente vinculante para todos los países con excepciones para Polonia y el Reino Unido.
 
Aunque, efectivamente, no es del “felizmente fallido proyecto de Constitución Europea”, como bien dices, lo es en un Tratado Internacional suscrito por España, y como tal forma parte de nuestro ordenamiento jurídico al mismo nivel que la Constitución, incluso a un nivel superior en virtud del Art. 95.1 CE  y garantizado por la Justicia Internacional.
 
A mí me gusta el redactado de este derecho en la Carta Europea de Derechos Fundamentales, pues además de garantizar el derecho de los padres en la educación según sus convicciones religiosas y filosóficas, como en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades, (Protocolo adicional I, art. 2. Derecho a la instrucción),  aquí se añade “y pedagógicas”, lo cual nos evita tener que explicar que en las convicciones filosóficas ya están incluidas las pedagógicas.
Me gusta también por su fecha reciente que evita que nos digan, respecto de otros textos legales en vigor, que hay que interpretarlos en una “perspectiva evolucionista”.
 
Por esto me gustaría saber tu opinión sobre si resulta más efectivo citar este derecho como de la fallida constitución europea, o si podría resultar más adecuado citarlo como del vigente Tratado Internacional que forma parte del Tratado de Lisboa. 

CONTRADICCIONES

Imagen Imagen de un feto de 12 semanas

 
 
Estos últimos días se han venido publicando multitud de noticias, comentarios, opiniones, en todos los medios de comunicación, sobre la futura (no me atrevo a calificarla de inminente) reforma de la Ley del Aborto. Por supuesto, en este debate, que no puede calificarse precisamente de limpio, la izquierda española vuelve a utilizar el cómodo recurso de “airear apolillados fantasmas anticlericales sin fundarse en argumentos racionales”, como recuerda Alejandro Navas (http://www.aceprensa.com/articles/gobernar-al-gusto-de-los-obispos/).
 
Entre tanta opinión he leído con interés el post que Augusto Kleppenbach publica en su Blog de Publico.es (http://blogs.publico.es/otrasmiradas/707/filosofia-del-aborto/). Es bastante mesurado, y nos presenta de forma clara los argumentos de quienes defienden el “derecho” de eliminar la vida humana en determinadas circunstancias. Comienza diciendo: “Si fuera cierta la afirmación de los antiabortistas militantes de que el embrión es un ser humano, sería verdad que todo aborto es un delito. Ningún argumento podría justificar el asesinato de una persona inocente. Pero es precisamente esa afirmación la que hay que discutir.” Evidentemente, esta es la cuestión de fondo, primera y principal, en este asunto. En ese punto se centra todo, por lo que el enfoque del post empieza de manera correcta, precisa, acertada. Lástima que en seguida el autor se ponga a hablar de los Obispos, haga juicios de intenciones, dé por supuestas aparentes razones teológicas y descalifique, por ser un conglomerado de ideas pseudo-religiosas, las opiniones contrarias a la suya.
De que está absolutamente fuera de lugar esgrimir la opinión de la Iglesia Católica para descalificar a quienes se muestran contrarios al aborto, dan muestra algunas opiniones de izquierdistas, de científicos y de no católicos, que nos recordaba hace poco el gran Vicente Morro:

“De hecho, es falso, y un insulto contra la razón, considerar que el embrión humano es sólo un grupo de células totipotentes” (COLE et alii. Lancet, I, 1040, 1990).
 
La batalla contra el aborto y la eugenesia, contra el gesto más antifemenino que uno pueda imaginar y contra el programa de mejora de la raza, es la frontera decisiva de nuestro siglo.
(GIULIANO FERRARA, director del diario Il Foglio)
 
Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar. Sin embargo, en los países en que se ha liberalizado el aborto, éstos han aumentado. En EE.UU., en los primeros 10 años se triplicó y la cifra se mantiene … lo mismo sucedió en España. La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia. (…) es más adecuado buscar una solución basada en la solidaridad que permita promocionar a la mujer y a su criatura, otorgándole la libertad de poder optar por otras vías y, de esa forma, salvar a los dos… hay que rodear a la mujer desamparada de la indispensable protección solidaria, en vez de facilitarles el aborto.
(TABARÉ VÁZQUEZ, expresidente socialista de Uruguay)
 
Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar. Ante todo, el derecho fundamental del concebido, el derecho a nacer, sobre el cual, creo yo, no se puede transigir. Es el mismo derecho en cuyo nombre soy contrario a la pena de muerte. Una vez hay concepción, el derecho del concebido sólo puede ser satisfecho dejándole nacer. … en el caso del aborto hay un “otro” en el cuerpo de la mujer.
(NORBERTO BOBBIO, filósofo socialista italiano)
 
Soy contrario a la legalización del aborto porque la considero una legalización del homicidio. Que la vida humana sea sagrada es obvio: es un principio anterior y más fuerte que cualquier principio de la democracia. (P. P. PASOLINI, poeta homosexual italiano)
 
Me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen. (GANDHI)
 
“El aborto es, básicamente, una muerte, un asesinato.” (Tenzin Gyatso, actual Dalái Lama del budismo tibetano)
El hilo del discurso de Kleppenbach es sencillo: “ningún laboratorio puede determinar el momento en que un ser vivo empieza a gozar de la condición humana y por lo tanto ser sujeto de derechos” , y por tanto “parece abusivo, suponer que las primeras semanas del embarazo, cuando aún no han aparecido las notas morfológicas y funcionales propias de la humanidad, se pueda hablar de un ser humano titular de todos los derechos debidos a su condición. Así como tampoco se puede negar que una vez terminado ese proceso estamos en presencia de una persona que goza de tales derechos. El límite entre ambos momentos no consiste en un instante preciso sino en un proceso gradual”.
 
Debe releerse con atención este último párrafo, pues allí se contiene la principal contradicción de quienes defienden que puede ser eliminado un ser humano en determinadas circunstancias. Porque si, evidentemente, el “límite” que permite diferenciar una vida (de que estamos en presencia de un ser vivo creo que no hay duda alguna para nadie) de una vida humana, “no es un instante preciso, sino un proceso gradual”… ¿Cómo es que entonces los partidarios del aborto se atreven a determinar un plazo temporal dentro del cual sería legal acabar con esa vida humana incipiente?
 
Pienso que la contradicción es palmaria, evidente y fácil de percibir. Y, en este sentido, cobra todo su sentido aquella frase del profesor Jokin de Irala : “Quienes llaman «óvulo fecundado» al embrión, deberían llamar «caja con componentes electrónicos» a la televisión”.
 
Porque, como señala Livio Melina[1], en la misma línea que expone Kleppenbach cuando habla del proceso gradual, “el neo-concebido humano mantiene en cada fase evolutiva la unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad, sin saltos de cualidad y de naturaleza (…) la gradualidad del proceso biológico está orientada teleológicamente, según una finalidad ya presente en el zigoto (…) No se da un estadio de desarrollo cualitativamente diverso o separado del proceso global iniciado en el momento de la concepción”.
 
Por tanto, el avance que experimentará la legislación española si se deroga la “Ley Aído”, que supone una flagrante eliminación del principio básico de la sociedad humana de que ningún ser humano puede disponer a su antojo de la vida de otro, habremos dado un paso de gigante en la defensa de los derechos humanos, de la dignidad intrínseca de toda persona, pues, como afirma –de nuevo- Jokin de Irala, “la defensa de la vida frente al aborto es una manera de custodiar a seres humanos totalmente indefensos”.

El adulto infantilizado

 

 

Imagen

 

En la parte superior de un envase de cartón de leche pueden observarse una serie de dibujos dirigidos a facilitar la apertura del mismo al consumidor. A pesar de tratarse de un tapón de rosca, que aparentemente no encierra mayor misterio, se indica, con tres dibujitos de colores, lo siguiente “si te cuesta abrir el tapón (dibujito del tapón de rosca con flechita roja que apunta a la derecha) gíralo en el otro sentido (dibujito del tapón de rosca con dos flechitas naranjas que apuntan ahora a la izquierda) y se aflojará para que lo puedas abrir sin problema”.

 

Esta anécdota, que puede parecer intrascendente, resulta en mi opinión desoladora. Sobre todo si hacemos un poco de memoria sobre los productos que encontramos a diario en el supermercado, su envasado y etiquetado. Fijémonos, por ejemplo, en las lonchas de queso de fundir envasadas individualmente y con un ingenioso sistema para que el usuario pueda obtenerlas enteras sin perder su forma cuadrada y sin romperse, el papelito rectangular que separa cada loncha de jamón que se compran, por supuesto, ya cortadas, los envases para tomar fruta ya pelada, cortada y triturada en raciones individuales, las madalenas o los sobaos dentro de su bolsita de plástico individual, dentro de otra bolsa más grande…

 

Independientemente de los desastrosos efectos que para el medio ambiente tiene la proliferación incontrolada de envases que se tiran a la basura cada día en millones de hogares occidentales, todo ello indica, si lo pensamos un poco, la manera condescendiente, paternalista, desconfiada y casi insultante que tiene las empresas de tratar a su potencial cliente. Pero, no debe olvidarse, lo hacen simplemente porque el mercado lo demanda, porque los ciudadanos convertidos en consumidores, lo exigimos.

 

En esta misma línea, me llama mucho la atención ese moderno fenómeno español de las llamadas, aproximadamente, “asociaciones de afectados por la hipoteca”, integradas al parecer por personas que, por avatares de la vida, no pueden hacer frente a las mensualidades de su préstamo hipotecario,  una deuda que se adquirió en su momento para adquirir una vivienda. El ciudadano que no puede hacer frente a sus deudas exige al Estado (es decir, a los contribuyentes) que le solucione su problema.

 

En muchos asuntos de la vida, el ciudadano occidental, y particularmente me refiero ahora al español, tiene asumido que debe quejarse amargamente, y si le es posible, de manera pública, de cualquier contratiempo o dificultad que padezca, y que debe haber un “alguien” que se haga cargo y le solucione su problema. Basta una ligera y poco atenta mirada a nuestro entorno para encontrar decenas de ejemplos. Es decir, nos comportamos como niños pequeños que ante cualquier dificultad, miedo, daño, incertidumbre, etc. acudimos a nuestro papá o a nuestra mamá para que se haga cargo del problema y nos ofrezca la solución.

 

Este comportamiento infantil del adulto contemporáneo me parece muy preocupante, aunque sólo sea por el hecho evidente que una sociedad compuesta por adultos infantilizados es manipulable y pastueña.

 

Estas reflexiones me las ha sugerido la entrevista a Gerald Craabtree que publicaba hace unas semanas el diario El Mundo. El entrevistado, genetista y profesor de la de la facultad de medicina de la Universidad de Stanford, tiene una tesis polémica, pero sencilla y muy bien argumentada: “Si pudiéramos traer a nuestro tiempo a un griego de hace 3.000 años, nos parecería muy inteligente y muy equilibrado. Tendría probablemente mejor memoria que nosotros y más control sobre sus emociones, y sería capaz de abordar asunto muy complejos. Y parece una paradoja porque vivimos en una era que sigue creyendo en el progreso”. Explica a continuación que la selección natural es cada vez menos intensa, y que las sociedades urbanas hacen más probable que aparezcan mutaciones que empeoren, en lugar de mejorar, nuestra inteligencia.

 

Pues bien, este “hombre infantilizado” que puebla hoy  nuestras ciudades, que cada vez es menos capaz de resolver por sí mismo las dificultades que la vida va poniendo en su camino, y que ha renunciado al uso de su cualidad más humana, la razón, está en la raíz de lo que algunos denominan “crisis de la familia”, y que como vemos –y eso lo explica muy bien Benigno Blanco[1]– es en realidad una crisis del individuo, del hombre que ya “no sabe en qué consiste ser hombre”.

 

En el mismo sentido se pronuncia Zygmunt Bauman en su obra Modernidad Líquida: “La modernidad líquida es un tiempo sin certezas. Sus sujetos, que lucharon durante la Ilustración por poder obtener libertades civiles y deshacerse de la tradición, se encuentran ahora con la obligación de ser libres. (…) Por su parte, la familia nuclear se ha transformado en una “relación pura” donde cada “socio” puede abandonar al otro a la primera dificultad. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro (…)”.

 

En este mismo sentido, todos recordarán el concepto de hombre light de Enrique Rojas, definido con cuatro características: hedonismo, entronización del placer; consumismo, acumulación de bienes: se es por lo que se tiene y no por lo que se es; permisividad, todo vale; y por último, relativismo, donde nada es bueno ni malo y en última instancia todo depende del pensamiento de cada uno.

Está en nuestras manos enderezar este proceso, al fin y al cabo destructivo, que está afectando al hombre occidental. Lo primero es darse cuenta del problema que nos afecta a todos, y eso es precisamente lo que pretende este post. Agradeceré al amable lector cualquier comentario al respecto.


[1] Que habla, en su libro Familia: los debates que no tuvimos, de “la crisis de la noción de persona: hemos renunciado al concepto de naturaleza humana y esto, lógicamente, tiene consecuencias en cuestiones antropológicas básicas como el matrimonio y la familia”. 

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